lunes, 3 de febrero de 2014

Dedé Mirabal, testimonio vivo de una era

“Yo no dormí. Y en la mañana temprano yo sentí los pasos de un animal que yo conocía. Yo digo: Pedro ¿qué pasa? Dice: Las muchachas no han llegado.(…) Ya yo sabía."-- 

Por Daniela Cruz--
Cuando se llega a la casa paterna de Ojo de Agua, Salcedo, además de las piedras que dejó Minerva en el jardín, algunos árboles sembrados por Patria y la voz de María Teresa en el viento, se encuentra una testigo de excepción, que durante ya 47 años ha persistido para que la memoria de este pueblo se mantenga lúcida y no nos condenemos a repetirla.
Doña Dedé, como es conocida la única sobreviviente de la familia Mirabal Reyes, vive desde siempre en la misma casa en que nació junto a sus hermanas, donde el tiempo apenas pasa, y donde sobreviven junto a ella los recuerdos: las travesuras infantiles, las lecturas, los versos recitados por Minerva, las tardes de felicidad que luchan contra las angustias, tristezas y dolores que también ocupan espacio en el corazón de Bélgica Adela Mirabal Reyes. No se siente sola, vive con las memorias alegres de sus tres hermanas.

De vida activa, se mantiene entre la finca de cacao heredada de su padre, otra de ganadería en la Costa Norte, las visitas a la Casa Museo, y las diligencias a Santo Domingo, donde viven la mayoría de sus hijos. Encargada de la crianza de los hijos de sus hermanas junto a su madre, Mirabal Reyes se siente orgullosa de haberlos hecho crecer sin venganzas ni odio, ni rencor.
Sus nueve hijos, porque lo son por derecho, se han desarrollado normales sin los traumas de haber perdido a sus padres, lo que mantiene tranquila y satisfecha.
La segunda hija de don Enrique Mirabal, agradece a su padre el amor por el trabajo, que hoy constituye su vida, y la mantenido fuerte durante tantas luchas y desafíos afrontados. Casi ahogada en llanto, con la piel erizada en ocasiones, y con una sonrisa franca de deber cumplido, doña Dedé, nos cuenta (ya acostumbrada luego de tantos años) la historia de sacrificio de sus hermanas, de su familia, que es su propia historia.
Es la misma que ya conocemos, que también nos duele, y que omitiremos para conocer más al ser humano que ya tiene leyenda propia.
Yo sé que usted se casó y tuvo sus hijos, me gustaría que me diera el nombre de su esposo y de sus hijos.
Me casé y mi esposo se llama, porque él está vivo, aunque estamos divorciados, se llama Jaime Fernández Camilo. Y mis hijos, el mayor se llama Jaime Enrique Fernández Mirabal, el segundo se llama Jaime Rafael Fernández Mirabal, y el tercero se llama Jaime David Fernández Mirabal. Aparte de que ya tú conoces el  otro proceso, que yo crié los hijos de mis hermanas. No se si te parece que pueda decirte sus nombres también. Bueno, mis hermanas dejaron seis hijos. Patria, que era la mayor, dejó tres: Nelson González Mirabal, Noris González Mirabal y Raúl González Mirabal. Los de Minerva, Minú Tavárez Mirabal y Manolo Tavárez Mirabal. Y María Teresa solo dejó una, que se llama Jacqueline Guzmán Mirabal.
Patria murió a los 35 años, Minerva a los 33 y María Teresa a los 25, muy joven. O sea que yo soy la segunda, tenía en esa época 34. Hoy tengo 82 años.
Ha pasado mucho tiempo…
Han pasado muchos años, de tristeza, de dolor, de angustia, de desesperación. Pero sí de haberme resignado también a perderlas. Cuando veo miles de niños que vienen a hablarme de mis hermanas, a preguntar por ellas, qué hicieron, dónde están, qué ha pasado, cuál fue su ejemplo, entonces eso me hace resignarme, pensar: su sacrificio no fue en vano. Porque ya tú ves al cabo, cuando ni los padres de esos niños que me hacen esas preguntas habían nacido, cuanto más ellos. O sea que hay cosas en la vida que tú las vas, resignándome a perderlas.
Y con mucha fortaleza.
Lógico. Yo he tenido la suerte, temperamentalmente, yo tengo un temperamento abierto, dinámica un poco, aunque es feo decirlo yo misma, de mucho trabajo, yo he trabajado mucho, pero muy buena salud, que es lo principal. Para yo hacer este testimonio que tengo en casa, dedicarme  y trabajar en lo que ha sido el patrimonio que me dejaron mis padres, pues la salud me ha favorecido mucho. Siempre estoy bien, no tengo nada que me duela, ni tengo que tomar pastillas para el corazón. O sea, que todas esas cosas hay que darle gracias al Ser Supremo que nos da la vida, pero también nos da la salud.
¿Cuál fue el mayor desafío que usted enfrentó luego del asesinato de sus hermanas?
Yo te diría que en estos 47 años desafié demasiado. Tuve demasiados desafíos y no sé cuál fue el más terrible, ni el momento más difícil de mi vida. Porque, al comienzo cuando se las llevaban presas, sin nosotros saber para dónde las llevaban, qué le iban a hacer, sobre todo Minerva que estaba soltera la primera vez que se la llevaron presa, la segunda vez también. Entonces para nosotros era indescriptible, qué hacíamos, qué pasaba, qué le habrán hecho, tanto para mí como para mi madre, que fue la gran mártir de esa tragedia. Porque nada se puede comparar con el sufrimiento de una madre.
Usted hablaba de la resignación, ¿ése es el sentimiento que la asalta cada 25 de noviembre?
No sé cuál. ¿Cuál es que me asalta? Porque cuando recuerdo momentos tan terribles. Y cuando veo a mi hermana ahí parada… Mi hermana Minerva le gustaba mucho recitar, ella leía mucho. Y quizás no es lo que las personas creen que era de un carácter fuerte, no, ella amaba la libertad, le gustaban los jardines, puso esas piedras ahí. Ella se levantaba en la mañana y a veces se ponía a recitar los Versos del Capitán de Neruda… Entonces yo vivo llena de esos recuerdos, para mí mis hermanas, yo no las veo donde están, yo las veo aquí conmigo.
¿Qué significó para usted decidir poner el museo, abrir las puertas de la casa y de los recuerdos tristes de la familia?
Mi madre fue una mujer muy guardadora, con tantos detalles que yo a veces decía: Ay mamá, pero tú si eres. Y no hace mucho que encontré que esta casa (la de Ojo de Agua) fue hecha en 1921, en una latica, en un papelito enrolladito. Entonces, una amiga de nosotros compañera de Minerva, Violeta Martínez, que tiene el Museo de la Porcelana en la capital, dijo vamos a reunir todas las cositas de Minerva, los libros. Mamá estaba viva, fue en 1965. Empezamos a recolectar todo lo que había, pero el pelo de mi hermana (María Teresa), que yo se lo corté en ese momento, pero yo duré 25 años para yo bajarlo, ponerle la mano era como… Esa trenza se la hacía yo todos los días ahí sentada a ella. Ya era una pieza que para el museo era muy importante, mi madre había muerto ya, en el 81, y fue cuando decidimos cerrar la casa para no usarla más y dedicarla al museo. 
Aparte de la finca y los negocios, ¿qué la ha hecho mantenerse aquí en Ojo de Agua?
Los recuerdos de mi familia. Es que aquí viví yo la infancia de nosotros, tan felíz. Nosotros lo teníamos todo…
Mucha gente prefiere irse a la capital, con sus hijos…
Con mi hijo que fue vicepresidente, a la gente se le suben los humos. Aquí yo tengo una historia. Aquí viaja Caribe Tours, yo me voy a Santo Domingo en Caribe Tours. Yo tengo mi carro, pero ir a la capital en un carro es perder la mañana buscando por dónde es que tú vas, con un chofer de aquí que sabe manejar, pero… Entonces dice la niña: ¿En Caribe Tours? Digo sí, porque ése es el transporte del pueblo, y yo soy una mujer del pueblo. Yo no tengo ninguna categoría. Los seres humanos a veces, se nos suben… Mi hijo fue vicepresidente, aquí vivía yo y aquí vivo: felíz.

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