Boyer prometió a Núñez de Cáceres que actuaría como
“pacificador y conciliador de todos los intereses en armonía con las leyes del
Estado”.
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SANTO DOMINGO. En febrero de 1822, el gobernante haitiano
Jean Pierre Boyer invadió la porción española de la isla apoyado por una fuerza
de 12,000 hombres, ejército organizado bajo la supervisión del general Guy
Joseph Bonnet, quien dividió su milicia en dos columnas: una para atravesar el
sur y otra para recorrer el norte.
Entonces la población dominicana era de 70,000 almas, de
acuerdo al historiador Emiliano Tejera, y el territorio de la franja española
apenas tenía unas escasas tropas indisciplinadas. En cambio, Haití contaba con
una población de unas 600,000 personas. Además, poseía un ejército entrenado en
los combates que venía librando en los últimos 20 años.
El historiador explica que el pueblo dominicano carecía de
unidad en sus propósitos, inclinados unos a España, que siempre tuvo numerosos
adversarios en su antigua colonia, y otros a las nuevas ideas de independencia,
presentadas como la esperanza de vivir tiempos mejores. En semejantes
circunstancias la imposición era posible.
A las siete de la mañana del 9 de febrero de 1822 miembros
del ayuntamiento esperaban en la Puerta del Conde a Boyer para acompañarlo a la
sala municipal, donde se le rindieron honores como mandatario, según cuenta
Frank Moya Pons en su muy leído “Manual de historia dominicana”.
José Núñez de Cáceres, al frente de la municipalidad, le
entregó al jefe haitiano las llaves de Santo Domingo.
Emilio Rodríguez Demorizi narra en “Vicisitudes de la Lengua
Española en Santo Domingo”, que Núñez de Cáceres, líder de la fracasada
Independencia Efímera, le hizo a Boyer un vaticinio respecto a la barrera
existente entre los pueblos haitiano y dominicano.
“... la palabra es el instrumento de comunicación entre los
hombres; y si no se entienden por el órgano de la voz, no hay comunicación; ya
veis aquí un muro de separación tan natural como insuperable, como puede serlo
la imposición natural de los Alpes y los Pirineos”, le dijo el criollo al
haitiano.
A juicio de Demorizi las palabras de Núñez de Cáceres fueron
el primer augurio de la libertad dominicana, el primer vaticinio de la obra a
que estaba predestinado Juan Pablo Duarte, artífice de la independencia
nacional.
El narrador e historiador Carlos Esteban Deive expresó que,
en un principio, la dominación haitiana contó con la aprobación del pueblo
llano, en especial con la de las masas negras y mulatas, parte de las cuales
todavía gemía bajo el yugo de la esclavitud, cuya abolición fue decretada por Boyer,
y que los únicos que se opusieron a ella fueron los terratenientes y la iglesia
católica, lesionados por haber sido desposeídos de tierras y otras propiedades.
Rechazos a la dominación
Tempranamente, en junio de 1822, gente de Monte Cristi
estableció contacto con el gobernador de Cuba al que le solicitó “auxilios para
separarse de los negros y mulatos” que los gobernaban, según pudo comprobar en
archivos de esa nación el historiador caribeño José L. Franco.
El gobierno actuó con rapidez para impedir que hubiese una
sublevación en Samaná, donde en 1822 se hacían planes para enfrentar a la
invasión de Boyer con el apoyo de una escuadra francesa que llegaría desde
Martinica y de algunas tropas españolas procedentes de Puerto Rico.
Sobre este período, Pedro Henríquez Ureña escribió: “Pocas
semanas después, en febrero de 1822, los haitianos, constituidos en nación en
1804, con población muy numerosa, invadieron el país. Huyó todo el que pudo
hacia tierras extrañas; se cerró definitivamente la universidad; población y
conventos abandonados, quedaron pronto en ruinas... todo hacía pensar que la
civilización española había muerto en la isla predilecta del Descubridor”.
No era la primera vez que residentes en la parte Este
abandonaban el territorio en masa, ya que después de la firma del Tratado de
Basilea, con la entrada a la parte oriental de Toussaint Louverture, se había
producido un éxodo de la población hacia Puerto Rico, Venezuela y otros
dominios españoles.
Posteriormente, tras la entrada de Boyer a la parte Este con
su ejército, en 1824 estalló la llamada revolución de Los Alcarrizos, la más
importante de las sublevaciones ocurridas entonces, que fue denunciada y
sofocada rápidamente. En consecuencia, cuatro personas fueron condenadas a
muerte por la insurrección.
“Huyó todo el que
pudo” tras invasión haitiana de 1822
Miseria de la época
El país que empezó a regir Boyer, luego de la muerte de su
protector Alexandre Pétion, estaba sumergido en la miseria.
En vano, el gobernante hizo esfuerzos en las décadas
siguientes por reactivar el sistema productivo haitiano y creó el “Código
Rural”, que tenía como principio obligar a los haitianos a trabajar la tierra,
pero con el cual no se obtuvo el resultado deseado, pese a que se le ha
considerado una legislación avanzada para la época.
Hastiada de la esclavitud de la que se había liberado por
fin, la mayoría del pueblo haitiano prefería tener un bajo nivel de vida a
gozar de una prosperidad generada por el trabajo obligatorio y se fue sumiendo
en la pobreza.
“Huyó todo el que
pudo” tras invasión haitiana de 1822
Necesidades y viejas ambiciones
Desde 1820 circulaban rumores acerca de las pretensiones de
Boyer de ocupar la parte oriental de la isla y a pesar de que se produjeron
indicios sobre su objetivo el entonces gobernador del Santo Domingo, el español
Sebastián Kindelán, no organizó medios de defensa.
En relación a este aspecto, Moya Pons ha escrito que por lo
menos desde principios de noviembre de 1820 Boyer estaba trabajando en el Sur
de Santo Domingo, a través de sus agentes, para provocar una situación que
permitiera a las fuerzas armadas haitianas ocupar la parte oriental.
El historiador haitiano Jean Price-Mars cita una carta del 8
de enero de 1821 de José Justo de Silva, donde se confirman las sospechas del
gobernador Kindelán en el sentido de que Boyer usaba el pretexto de una posible
invasión francesa para amedrentar a los dominicanos y a Silva, exsoldado de las
milicias españolas refugiado en Haití tras ser acusado de robo, para que
propalara rumores en la frontera del norte.
El gobierno de Boyer tenía la necesidad de proteger las
fronteras naturales, para defender a la joven república haitiana de las
amenazas de una eventual invasión francesa.
También debía consolidarse en vista de que estaba amenazado
por la descontenta élite militar del recién derrocado régimen de Henri
Christophe. Ocupar el Este le daba a Boyer la oportunidad de repartir
posiciones políticas, tierras e inmuebles y de apaciguar a quienes pretendían
derrocarlo.
En la parte española, internamente actuaba un grupo de
criollos que procuraba dar un golpe de Estado al gobierno español, para sumar a
Santo Domingo a la Gran Colombia. Las previsiones de Kindelán y la falta de
respuesta de Simón Bolívar, a quien los gestores del movimiento escribieron
pidiéndole apoyo, afectaron el proyecto.
Indudablemente, había alcanzado importancia el movimiento
encabezado por José Núñez de Cáceres y respaldado por miembros de la élite
política y militar, que buscaban la liberación dominicana con el propósito de
crear un estado libre que establecería una alianza con la confederación de la
Gran Colombia. Por otro lado, también actuaba el partido pro haitiano, que
abogaba por la unificación de la isla.
“... la palabra es el instrumento de comunicación entre los
hombres; y si no se entienden por el órgano de la voz, no hay comunicación; ya
veis aquí un muro de separación tan natural como insuperable, como puede serlo
la imposición natural de los Alpes y los Pirineos”, le dijo Núñez de Cáceres a
Boyer luego de que el haitiano entrara con su ejército a Santo Domingo.
El movimiento pro haitiano, dirigido por el comandante
Andrés Amarantes, se expresó el 8 de noviembre de 1821 y comunicó al comandante
de Cabo Haitiano, Esteban Magny, su decisión de colocarse bajo las leyes de
Haití.
El 30 de noviembre de 1821 fue declarado el Estado
Independiente del Haití Español. Poco después, llegaron los agentes de Boyer a
Santo Domingo, para determinar si estaban dadas las condiciones para que él
irrumpiera con su ejército y se posesionara en el territorio oriental.
En diciembre de 1821 el partido pro haitiano consiguió que
Santiago y Puerto Plata se pronunciaran a favor de la unificación con Haití, y
en enero de 1822 hicieron igual petición residentes en Cotuí, La Vega, Azua,
San Juan y Neiba, según Price-Mars.
Actuando con rapidez y sagacidad, Boyer preparó a la opinión
pública haitiana, a través del Senado, para justificar la ocupación del Este.
En una carta, el presidente haitiano le explicó a Núñez de
Cáceres la imposibilidad de mantener dos gobiernos separados e independientes
en la isla y las razones que motivaron que la unión no se produjera antes.
“...Yo voy a hacer la visita de toda la parte Este con
fuerzas imponentes, no como conquistador (no quiera Dios que este título se me
acerque jamás a mi pensamiento) sino como pacificador y conciliador de todos
los intereses en armonía con las leyes del Estado”, dijo Boyer, citado por Moya
Pons.
El 19 de enero de 1844, Núñez de Cáceres le expresó a Boyer,
en una comunicación, que había leído su mensaje a los jefes militares y a la
municipalidad y que habían acordado todos, unánimemente, colocarse al amparo de
las leyes de la República de Haití.
Las estratagemas políticas y militares, urdidas durante
varios meses por Boyer, habían logrado preparar el ambiente para que
favoreciera la llegada de la invasión haitiana a la parte Este sin confrontaciones.
En relación a este aspecto, Manuel Arturo Peña Batlle
arguye: “Hablar de llamamientos espontáneos y de sometimiento de buen grado es
confundir la realidad de un momento histórico con la audacia de un mandatario
ambicioso”.
Antecedentes de la invasión
Entre los antecedentes lejanos de la dominación haitiana
figuran las muy estudiadas devastaciones del gobernador Antonio de Osorio,
efectuadas para eliminar el contrabando en La Española, pero que dejaron la
banda noroeste despoblada, espacio ocupado luego en gran parte por bucaneros y
filibusteros franceses, que se habían refugiado en la Isla de La Tortuga, de
donde partieron los orígenes de la colonia Saint Domingue (hoy Haití).
En el curso de la revolución haitiana, la franja oriental
fue invadida por el general François Dominique Toussaint-Louverture, en el año
1801, como consecuencia del Tratado de Basilea, suscrito el 22 de julio de
1795, por el cual España cedió a Francia la colonia de Santo Domingo.
Posteriormente, el 16 de febrero de 1805, tratando de hacer
valer el mencionado acuerdo, los ejércitos haitianos, bajo las órdenes de Jean
Jacques Dessalines, entraron a la porción de habla española, con el propósito
de hacerla una e indivisible.
A la sazón, la franja de los dominicanos, se encontraba
invadida por Francia, que mantenía un ejército de miles de soldados. La meta de
Dessalines era expulsar a los franceses y reinar en toda la isla.
Los ocupantes haitianos aplicaron la política de tierra
arrasada. Quemaron y destruyeron bienes y medios productivos que pudieran ser
útiles a sus enemigos, incluyendo víveres, ganado y enseres.
El ejército de Dessalines estaba formado por más de veinte
mil soldados, dotados con las mejores armas de guerra del momento, que los
haitianos habían despojado a las huestes de Napoleón Bonaparte, derrotadas en
la colonia de Saint-Domingue.
El recuerdo del masivo degüello de pobladores de la porción
española, el incendio y destrucción de propiedades, el secuestro de personas y
la desolación en que quedó la gente dejó una percepción muy negativa sobre los
haitianos, que avivó la llegada de Boyer a la parte Este con sus tropas.
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