Historiador Moya Pons
aporta datos sustanciales en su libro ¨El oro en la historia dominicana¨
SANTO DOMINGO. Tuvo resultados fallidos
y onerosos la operación de una refinería de metales preciosos, la cual el
presidente Antonio Guzmán Fernández hizo instalar en el país, luego de que su
gobierno nacionalizara la empresa minera la Rosario, en 1979.
Buena parte de la intrahistoria de la
fracasada planta de Pueblo Viejo es revelada por Frank Moya Pons en “El oro en
la historia dominicana”, libro publicado en el 2016, en el que aporta
sustanciales y amplias informaciones sobre la explotación del apetecido metal,
desde la colonización de la isla de Santo Domingo hasta los últimos años, en
que República Dominicana mantiene un importante aprovechamiento de sus
yacimientos auríferos.
El reconocido historiador expresa que no
tuvo éxito la iniciativa del presidente Guzmán, quien “contrariando las
opiniones técnicas más autorizadas, y embriagado por su éxito en la compra de
la Rosario, insistió en instalar una refinería de oro y plata en Pueblo Viejo
con la intención de maximizar aún más los beneficios de la empresa” (p.275).
El mandatario hizo el anuncio sobre los
planes de crear la refinería el 2 de marzo de 1980, y once meses después, el 24
de febrero de 1981, informó que había contratado a la empresa inglesa Davy
Mckee para que hiciera la instalación.
“Casi dos años después, a finales de
1982, la Rosario recibía esas instalaciones, pero tanto sus técnicos como sus
directores sabían que esa refinería sería un fracaso debido a los altos costos
de operación”, agrega el autor.
Informe de gestión
En la obra se publica parte del informe
final de la gestión del Consejo de Administración 1982-1986, en el que se da
cuenta de las opiniones coincidentes emitidas por las empresas extranjeras J.
Aron (de EE.UU.) y la Valcambi (Suiza), refinadoras y compradoras del doré de Pueblo
Viejo, en relación a las perspectivas de rentabilidad de la nueva planta.
“Las dos firmas consultadas coincidieron
por separado en su opinión sobre este asunto, no explicándose las razones que
habían motivado al Gobierno dominicano a tomar la decisión de instalar esta
refinería, dado que era obvio que el refinar metales preciosos en territorio
dominicano sería más costoso que hacerlo en el extranjero, como se había venido
haciendo entonces”, precisa.
En el documento mencionado consta que en
todas las oportunidades en que fue presentado el “asunto” al Consejo de
Administración de la Rosario, la opinión sobre la refinería era “desfavorable”.
No obstante, “el gobernador del Banco
Central impartió instrucciones escritas a la Rosario Dominicana ordenándole recibir
la planta y ponerla a funcionar durante un período de prueba de seis meses...”,
dice el autor más adelante.
Posteriormente, escribe Moya Pons, se
determinó que el ritmo de producción y los costos de la refinería no eran
satisfactorios. Entonces, la empresa contrató un experto extranjero para que
evaluara todo el proceso, junto al auditor interno de la Rosario.
“Ambos recomendaron interrumpir las
operaciones de la refinería y volver a procesar el doré fuera del país, pues
hacerlo en Estados Unidos, a través de J. Aron y Co., costaba US$0.55 la onza,
y en Suiza, con Valcambi, US$0.82, pero hacerlo con la planta nueva comprada
por Guzmán costaba US$1.32”, puntualiza.
“Casi dos años después,
a finales de 1982, la Rosario recibía esas instalaciones, pero tanto sus
técnicos como sus directores sabían que esa refinería sería un fracaso debido a
los altos costos de operación”, agrega Moya Pons.
Sin Certificado de Buena Entrega
Otro obstáculo al que se enfrentó la
refinería fue que no consiguió el “Certificado de Buena Entrega”, requisito
exigido para vender oro refinado en el mercado internacional de metales
preciosos. Obtenerlo tomaba unos dos años, “si es que finalmente la calidad del
metal refinado” lo ameritaba, argumenta el autor.
Dado que no se obtenía la autorización,
en “el caso del oro refinado en Pueblo Viejo, el comprador debía volver a
refinarlo en otra planta reconocida, con los gastos adicionales que esto
conllevaba, para que los nuevos lingotes pudieran estar respaldados por la
garantía de su Certificado de Buena Entrega y así cumplir con los requisitos
del mercado internacional”, acota Moya Pons.
El informe final de la gestión revela,
igualmente: “El 24 de agosto de 1983 se informó en el Consejo de Administración
de Rosario que el hecho de mantener cerrada la Refinería costaría alrededor de
RD$600,000 mensuales, mientras que si se ponía a funcionar, esto significaría
pérdidas de RD$900,000.00 más, o sea, RD$1.4 millones adicionales a la carga
financiera, señalándose además que mientras la Refinería estuvo operando hubo
un déficit de casi US$14.0 millones en el flujo de efectivo de la empresa”.
Debido a las continuas pérdidas, se
llegó entonces a la conclusión de que desde el punto de vista empresarial no
era rentable operar la refinería de Pueblo Viejo.
“A partir de agosto de 1983, la
Refinería entró en receso. Pero en vista de que no era aconsejable simplemente
cerrarla, se le ha dado servicio permanente de mantenimiento para evitar su
irreversible deterioro, invirtiéndose en ello RD$471, 993.00 hasta la fecha [8
de julio 1986]”, dice el informe (p. 277).
Compra de la Rosario
Tras los devastadores efectos causados
en el país por el huracán David y la tormenta Federico, Guzmán recibió en
privado consejos del padre José Luis Alemán, uno de sus asesores económicos,
“quien le recomendó aprovechar la coyuntura de crisis nacional para adquirir
todas la acciones de la Rosario”, sostiene Moya Pons, quien se apoya en una
comunicación personal que le dirigiera el religioso en 1984.
Después de agotar un rápido proceso de
negociación, el 17 de octubre de 1979 el gobernante anunció la adquisición de
las acciones, hecho que provocó un “jubilo nacional generalizado”.
Fuente: Moya Pons,
Frank. El oro en la historia dominicana. Santo Domingo, publicación de la
Academia Dominicana de la Historia, Volumen CXI. Editora Amigo del Hogar, 2016.
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