viernes, 14 de octubre de 2016

Olvido y extrema pobreza arropan a Puerto Príncipe

Reportaje

Las imágenes que presentan estaciones como Discovery Channel sobre Etiopía, están ahí, con su panorama aterrador.

Néstor Medrano
Santo Domingo
Las imágenes son desgarradoras. Puerto Príncipe es una capital devastada por la pobreza, donde linealmente, hombres y mujeres viven sumergidos entre escombros de desperdicios, basura y una miseria que se regodea, como si el diablo se moviera de alegría entre los cimientos.
Ingresar a Puerto Príncipe por la frontera dominico-haitiana, por la parte de Jimaní, es visualizar una imagen que no es inédita, pero que se ha exacerbado por el abandono y el olvido.
Haití, que fue destrozado en sus cimientos, por un terrible terremoto en el 2010 y de cuyo destino se encargaría la llamada comunidad internacional, que recabó miles de millones de dólares, hoy ignora a qué lugar fueron a parar esos recursos incuantificables.

Aunque la vista del mundo está apostada en lugares como Les Cayes, Dame Marie y Jeremy, localidades ubicadas a más de 300 kilómetros de Puerto Príncipe, donde las garras del huracán destriparon la vida de incontables seres humanos, la miseria en lugares como Cité Soleil galopa como burla.
Se trata de un solo montón de basura húmeda, con tarantines y callejones donde ancianas, niños y adolescentes se confunden con el tremedal, en barracones renegridos, mientras, de un lugar a otro transitan los jeeps de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (Minustah).
Se desplazan de un lugar a otro
De un lugar a otro las cañadas, profundas y largas, con larguísimos y espesos charcos de aguas negras, cohabitan con hombres y mujeres que venden chucherías y artículos de todo tipo para comer, para beber, hasta la exhibición en galones de gasolina y pescados renegridos y resecos.
Una de las visiones que se repiten como alegoría de inexplicable cotidianidad, son los enormes vertederos que se levantan en los frentes de instituciones como el Teatro Nacional de Haití. En su costado derecho, hay una explanada con toda la basura que se pueda imaginar.
La convivencia en esos enormes cordones de pobreza se ha ensanchado en los últimos años en lugares denominados de extrema precaución en ese vecino país.
Cuando anochece Puerto Príncipe es un hervidero de gente. Se aglomeran en multitud en las calles. Hombres y mujeres se desplazan en un transporte público en el que el riesgo y el peligro, los acaricia sin que lo sientan. Embutidos en camionetas desvencijadas casi no pueden respirar, pues el lado por el cual abordan el transporte es ocupado por hombres que se sujetan de lo que puedan, para ir a sus hogares.
Las noches son muy oscuras. Los tapones son tan largos e insufribles que las fuerzas policiales mínimas se emplean a fondo para controlar un tránsito ingobernable por la actitud de los conductores de camiones y camionetas del transporte público.
Una visión aterradora: cerdos y chivos que luego son vendidos al público como carne comestible, se alimentan de los hediondos residuos sólidos, cerca de los cuales las ancianas y los ancianos venden a ese mismo público ropa, zapatos y todo lo posible en ese paisaje surrealista, pero real, que todos en el mundo han olvidado.
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UNA GOTA DE ESPERANZA

A pesar de esa pobreza extrema que es mítica y es motivo, pretexto o excusa para tantas cosas, en el trayecto realizado por un grupo de periodistas acreditados de los distintos medios de República Dominicana, que cubrían la ayuda dispuesta por el gobierno dominicano a las zonas afectadas por el huracán Matthew, en algún lugar, salpicó una gota de esperanza.
Niños y adolescentes caminaban uniformados, en lugares inhóspitos de calles estrechas, que se dirigían o las escuelas o llegaban a sus hogares, allá pasaba de las tres de la tarde.
  Niños y niñas iban juntos, correteando con cuadernos en sus manos, bien pienaditas las niñas.
  De igual forma, algunos colegios privados, dentro de la realidad del paisaje descrito, academias, iglesias, daban una panorámica de que no todo se había ido por el caño.
Antes de llegar a Puerto Príncipe, en los parajes polvorientos, eran visibles algunos intentos de negocios de subsistencia.
Especies de ferreterías muy rudimentarias, con artículos de bajos costos suspendidos; gomeras, mesas con dulces, naranjas resecas y verdiamarillas, todo bajo el sopor de decenas de hombres que permanecían sentados debajo de árboles, en aceras de tierra, en motocicletas viejas.

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